I was
very pleased to find recently a website of “51 insanely easy ideas to transformyour everyday objects,” which includes turning funnels into candle holders,
hangers into magazine racks and bread tags into loose key labels. Even I can manage these, despite the fact
that I’ve never been much good at DIY or craft activities, although I have
great admiration for those who are; for people who can take lifeless supplies
and create something useful or beautiful out of them. I’m even more impressed by our art teacher
Kim McClean at Holy Cross grade school, who doesn’t just create art but does it
through creating artists out of children.
And it was in teaching that I discovered the kind of transformations
that I can help effect: turning a mass of information and technique into
something learnable, helping a student move from “I can’t” through “I currently
struggle with” through “I kind of sometimes almost can” to “I’m good at.” We all have some awareness both of what it’s
like to transform things, and of the kind of transformations we struggle to
effect. We know how badly the world, and
our neighborhood, needs people who can transform conflict into peace with
justice; peace-makers.
Well,
transformation is what Jesus does. We
see that in this reading. And it’s not
just what Jesus did, it’s what God is doing: in us; in our world. Our reading begins with tension, “When Jesus
had heard of the death of John the Baptist, he…” What?
What, we ask ourselves, is he about to do? Especially if we remember that John was
executed by Herod. How will Jesus react
to violence? How will he react to the
state-sponsored murder of his friend, his forerunner, the one to whom he went
for baptism in order that all righteousness might be fulfilled. I think if this were a modern tv show, we
might go to commercial break at this point.
Because the story could go so many ways here.
The
disciples had already seen Jesus exercise power over storms (and they would
soon see it again). They knew he was
able to work great wonders and control even the very seas. Probably some who followed Jesus thought he
was going to be the kind of Messiah who wrestled back control of Israel not
just from Rome but from corrupt and tyrannical rulers like Herod. Would this be the event that would prompt the
powerful one to begin a process of overthrowing the kingdom of Herod? Would this mean revolt? Would this mean battle?
No. There are two kingdoms at work here, and they
are opposed. But, Jesus’ kingdom is the
one we have heard about in the parables these past few weeks, the one that
grows in the hiddenness of a seed, not in the brash flash of the sword. Jesus’ kingdom is one with abundant bread
from a handful of leaven, and room enough for all in the tree that surprisingly
springs from but a mustard seed. That’s
his response. It’s a response that
transforms, that takes in the violence of the kingdom that’s passing away, and
lets it pass away, that returns quiet, hiddenness, healing and nourishment.
The
people are enthralled by his healing, either so enthralled they forget about
where they are to get their evening meal from, or so trusting in Jesus that
they don’t doubt that he’ll provide.
Either way, they’re a model of discipleship: to be enthralled by what
Jesus is doing, to trust in him to provide, what would our world look like if
we all dared to do that? But the people
do hunger, just as we do. The people
find themselves hungry, experience a taste of the life of the poor, despite our
text telling us that they have money. We
may not hunger for food often, though our occasional fasting should remind us
what that’s like, but we hunger for acceptance, for relationship, for justice,
for God.
And
Jesus, who came to feed souls, feeds bodies too. And once more he transforms. He takes the bread of human effort, and he
honors it, uses it and magnifies it. He
embodies the relationship of faithful son of God, as he bids us make his Father
“Our Father,” he takes the daily bread and he looks up to heaven, and blesses
God. Matthew clearly knows Jewish prayer
practices well here: Jews don’t bless their food, but bless God for their
food. The prayer he said is not
recorded, but it’s almost certainly the standard Jewish table blessing: Baruch atah, adonai, elohenu, melek olam,
hammotzi lehem min ha’aretz, which roughly translates, “Blessed are you,
Lord God of all creation, through your goodness we have this bread.” This is the prayer the priest says quietly
while offering the bread at the altar after it is received from you, the
people. If you ever go to daily Mass,
you’ll hear it spoken out loud. It
continues, transforming the Jewish prayer, “fruit of the earth and work of
human hands; it will become for us the body of Christ.”
Christ
continues to transform, in this place, in this great sacrament, in all of our
lives. Our work is honored, used and
magnified by Jesus. And our sin, though
it be smaller than the murder Herod committed, is taken up and transformed
too. It is never responded to in
kind. It is responded to with grief, the
divine grief Jesus felt at the death of his friend, and that aches God as we
turn away from him. It is responded to
with healing.
All is
swallowed up in victory. All is
transformed. God has nothing but gifts
to offer.
~~~
Me alegraba mucho recientemente, encontrar un sitio
web de "51 Ideas increíblemente fáciles de transformar los objetos cotidianos",
que incluye convertir embudos en candelabros y perchas en revisteros. Incluso yo puedo lograr esta transformaciones,
a pesar de que no tengo mucha facilidad con actividades de bricolaje o
manualidades, aunque tengo una gran admiración por aquellos que sí tienen; que
puedan tomar los suministros sosos y crear algo útil o bello de ellos. Aún más estoy impresionado por nuestra
profesora de arte Kim McClean en la escuela primaria de Holy Cross, que no se
limita a crear arte, pero lo hace a través de transformar niños en artistas. Cuando yo era profesor, antes de entrar en el
seminario, descubrí el tipo de transformaciones que puedo ayudar a efectuar: convertir
una gran cantidad de información y de la técnica en algo se puede aprender, ayudar
a un estudiante para pasar de “no puedo” por “Actualmente lucho con” por “a
veces casi puedo” hacia “tengo facilidad con.”
Todos tenemos algo de conciencia tanto de lo que es transformar algo, y
de la clase de transformaciones que luchamos para efectuar. Sabemos lo mucho que el mundo, y nuestro vecindario,
necesita personas que puedan transformar el conflicto en la paz con justicia;
pacificadores.
Bueno, la transformación es lo que Jesús Cristo hace. Lo vemos en esta lectura. Y no es lo que hizo Jesús, no más, es
lo que Dios está haciendo: en nosotros; en nuestro mundo. Nuestra lectura comienza con la tensión, “Cuando
Jesús había oído hablar de la muerte de Juan Bautista, él ...” ¿Qué? ¿Qué,
nos preguntamos, está a punto de hacer? Sobre
todo si tenemos en cuenta que Juan fue ejecutado por Herodes. ¿Cómo va a reaccionar Jesús a la violencia? ¿Cómo va a reaccionar ante el asesinato gubernamental
de su amigo, su precursor, la persona a quien se fue para el bautismo, a fin de
que toda justicia se cumpliese? Creo que
si esta lectura fuera un programa de televisión, iríamos a pausa publicitarían a este punto. Debido a que la historia podría ir de muchas
maneras aquí.
Los discípulos ya habían visto el poder de Jesús sobre
las tormentas (e iban a verlo de nuevo).
Sabían que él era capaz de obrar grandes maravillas y controlar aun los
mares. Probablemente algunos de los que
habían seguido a Jesús pensaban que iba a ser de la clase de Mesías que luchó
de nuevo el control de Israel no sólo de Roma, sino de gobernantes corruptos y
tiránicos como Herodes. ¿Podría ser este
el suceso de que se provocará al poderoso para comenzar un proceso de derrocar
el reino de Herodes? ¿Un proceso de rebelión,
un proceso de batalla?
No. Si hay dos
reinos aquí, y si se oponen. Pero, el
reino de Jesús es lo que hemos oído hablar en las parábolas en las últimas
semanas, la que crece en el ocultamiento de una semilla, no en el destello
impetuoso de la espada. El reino de
Jesús es uno con abundante pan de un puñado de levadura, y espacio suficiente
para todos en el árbol que brota sorprendentemente de una semillacita de
mostaza. Esta es su respuesta. Es
una respuesta que transforma, que absorbe la violencia del reino que está
falleciendo, y lo permite fallecer, que devuelve tranquilidad, ocultamiento, la
curación y alimento.
La curación le fascina al muchedumbre, le fascina
tanto que olvidan preocuparse por la cena, o confían tanto en Jesús que no
dudan que vaya a proveer. ¿Cuál sería
nuestro mundo si todos nos atrevimos a hacer así? Pero la multitud tienen hambre, al igual que
nosotros. La
multitud se encuentran hambrientos, experimentar el sabor de la vida de los
pobres, a pesar de nuestro texto nos dice que si tienen dinero. No tendremos hambre de alimentos a menudo, aunque
nuestro ayuno ocasional debería recordarnos lo que es eso, pero tenemos hambre
de aceptación, de relación, de justicia, de Dios.
Y Jesús, que vino para alimentar a las almas, alimenta
los cuerpos también. Y de nuevo, transforma. Toma el pan del trabajo humano, y lo honra, lo
usa y lo magnifica. Él encarna la
relación del fiel hijo de Dios, como él nos pide que hagamos a su Padre:
"Padre nuestro", él toma el pan de cada día y mira al cielo, y
bendice a Dios. Mateo sabe como recen
los judíos: Judíos no bendicen su comida, pero bendicen a Dios por su comida. La oración que dijo no se graba, pero es casi
seguramente la bendición judía común para la mensa: Baruch atah, adonai, elohenu, melek olam, hammotzi lehem min ha’aretz,
que se podría traducir, “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este
pan, fruto de la tierra, que recibimos de tu generosidad.” Esta es la oración que el sacerdote dice en
voz baja al tiempo que ofrece el pan en el altar después de que se recibe de
ustedes, el pueblo. Si asistes a la misa
diaria, se escucha en voz alta. La oración
de la misa continúa, transformando la oración judía, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que te presentamos; él
será para nosotros pan de vida.”
Cristo sigue transformando, en este lugar, en este
gran sacramento, en todas nuestras vidas. Nuestro trabajo es honrado, utilizado
y magnificado por Jesús. Y nuestro
pecado, aunque sea más pequeño que el asesinato cometido por Herodes, es
absorbido y transformado también. Nunca
se responde del mismo modo. Dios responde con el dolor, la tristeza divina que
Jesús sintió por la muerte de su amigo, y que le duele a Dios cuando nos
alejamos de él. Dios responde con la
curación.
Todo es consumido en la victoria. Todo se transforma. El Señor no tiene sino dones que ofrecer.
No comments:
Post a Comment