Sunday, July 5, 2015

God reaches out to us in the mundane – Mark 6:1-6a, 2 Cor 12:7-10, Ezek 2:2-5

14th Sunday in Ordinary Time; St. Adalbert's, South Bend.  (one English Mass; one Spanish).

Jesus was amazed.  Jesus didn’t get amazed all that much, at least not in the scriptural texts we have, and when he did, it was generally being pleasantly amazed at someone’s faith. But here, he’s amazed and the emotions that go along with that might be saddened, mournful, lost, dismayed.  He’d come home, to the place he was most familiar with, the place he might expected comfort, even might look forward to an enthusiastic welcome; but he finds a lack of faith, a dishonor that amazes him, shocks him.


Power is made perfect in weakness, St. Paul tells us, in “weaknesses, insults, hardships, persecutions, and constraints.”  And Jesus knew weakness, Jesus knew insult.  His compatriots try to shame him with his father’s humble profession, and by referring to him as his mother’s son (an insult in this society that valued women so little, and a possible jab at his legitimacy).  How wonderful that we have reclaimed “Son of Mary” as a title of honor, a trope for our Kyries, but that can’t take away from the hurt of his ‘own’ using it to try to wound.  Jesus, the mighty who could raise from the dead (as we heard in last week’s reading), consented to know weakness for us.

And that has power to be comforting for us, if we know that kind of weakness or insult, hardship, persecution or constraint, that Jesus knows that too.  That Jesus freely chose to take that on himself that we might know he walks with us, sharing our affliction.  And his power cannot be totally eclipsed even by lack of faith.  In the weakness that he shares with us, he still heals.  It’s amazing the way Mark puts it, that he couldn’t do any might deeds, except a few healings.  How much our world needs a few healings today!

And when we lament how much our world needs healing, we cannot neglect our own need.  We heard St. Paul’s emotional confession of his thorn in the flesh, and we don’t know what precisely he was afflicted by, but we do know how totally he was aware of his need for healing, how passionately he prayed for it, even though he never let that thorn keep him from God’s work.

I wonder what might have occurred in Nazareth if its residents had paid more attention to their need for healing, and paid more attention to the Son of God, with them in their midst, and not dismissed him as too mundane, too ordinary.  What mighty work might have taken place?  But let’s not sit here and critique the people of Nazareth.  What mighty work might take place on the corner of Olive and Huron this week?  What healing might we beg the Lord for, that we shrink from mentioning?  How might we become better attuned to the presence of God in our midst, in the things we ignore as too ordinary, too mundane, too humble, to be charge with grace?

Because God does keep reaching out to us through the ordinary.  Ezekiel came to know this when he was commissioned as a prophet, that whether the people listened or not, God would keep on sending not angels, but humdrum mortals like Ezekiel (who knew his fair share of insult, hardship and persecution).  We know it even more powerfully in Christ, that God becomes present to us in an ordinary looking human.  We are renewed in our awareness in the Eucharist, where God presents himself to us in people gathered in praise and in ordinary bread and wine offered in love, that nature is taken up by God to join heaven and earth.

In his recent encyclical, Pope Francis invites us to learn from St. Francis an alertness to the presence of God in the ordinary.  He reminds us that St. Francis, “whenever he would gaze at the sun, the moon or the smallest of animals, [would] burst into song, drawing all other creatures into his praise.”  The alternative is the path of the Nazarenes who rejected Jesus as too ordinary for them.  They lost “this openness to awe and wonder.”  If that were to happen to us, we would develop the “attitude… of masters, consumers, ruthless exploiters, unable to set limits on [our] immediate needs.”  That’s what the Pope sees as the true origin of environmental degradation: the loss of the ability to look at nature, at the ordinary, with wonder and awe.  That’s what cost the Nazarenes the chance at an abundantly blessed encounter with Christ.  That’s what could cost us the same, as well as the health of our planet.


But, Christ heals.  Christ is acting to bring us back to that awe and wonder.  Even faithlessness cannot thwart Christ’s power and will to heal.  As we give up our pretense at strength, our pride at what we’ve built, and stand open-mouthed in awe at the grandeur of God that surrounds us, we’ll notice those holes, those wounds in need of healing, through which God stands ready to fill us with resurrection life.




Dios se nos acercarse por lo mundano – Mark 6:1-6a, 2 Cor 12:7-10, Ezek 2:2-5

Jesús estaba extrañado de la incredulidad.  En la biblia, no leemos mucho de la incredulidad de Jesús.  Cuando si la encontramos, normalmente Jesús esta extrañado de la incredulidad agradable por la fe de alguien.  Pero en esta historia, esta extrañado de la incredulidad y es una incredulidad triste, apenada, desilusionado.  Había vuelto a su hogar, al lugar donde esperaba comodidad, tal vez tenía ganas de una bienvenida afectuosa.  Pero lo que encuentra es falta de fe, deshonra por la que esta extrañado de la incredulidad, que lo conmociona.

El poder se manifiesta en la debilidad, según San Pablo, en “las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones, las dificultades.”  Y Jesucristo conocía debilidad, Jesús conocía insultos.  Sus compatriotas intentan de avergonzarle por la profesión humilde de su padre y por llamarle “el hijo de su madre” (un insulto en esta cultura que les da a las mujeres tan poco de valor, y un desprecio posible según su legitimidad).  Es maravilloso que recuperamos el título “hijo de María” como un título de honor, pero este no anula el dolor del uso de la frase de sus compatriotas para intentar de hacerle daño.  Jesús, lo todopoderoso que podía levantar a los difuntos (como ya escuchamos en la lectura de la semana pasada), consintió a conocer la debilidad por nosotros.

Y este puede consolarnos, si conocemos las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones, las dificultades, que Jesús las conoce también; que Jesús en libertad consintió de hacerse cargo de debilidad para que sepamos que camina con nosotros, que comparte nuestra aflicción.  Y la falta de fe no puede totalmente opacar su poder.  En la debilidad que comparte con nosotros, aún así cura.  Como dice San Marcos, “no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos.  ¡Qué necesitada esta curación hoy día! 

Y cuando lamentamos que nuestro mundo necesita la curación, no podemos olvidar nuestra propia necesidad.  Oímos la confesión emocional de San Pablo de su espina clavada en la carne.  No sabemos precisamente que era esta aflicción, pero si sabemos que cuenta se daba de su propia necesidad de curación, con que pasión la pidió por oración, aún que nunca la permitía hacerlo abstenerse del trabajo de Dios.

Me pregunto que habría ocurrir en Nazaret si sus habitantes pusieran más atención a su necesidad de curación, y al Hijo de Dios, en el medio de ellos, en vez de desestimarle por demasiado mundano, demasiado ordinario.  ¿Que gran obra habría ocurrir?  Pero, no estamos aquí para criticar a los habitantes de Nazaret.  Preguntémonos, ¿que gran obra puede ocurrir en la esquina de Oliva y Huron esta semana?  ¿Para qué curación podemos pedirle a Dios, que tenemos miedo de suspirar?  ¿Cómo podemos reconocer más fuerte la presencia de Dios en medio de nosotros, en las cosas a las que desestimamos por demasiado ordinarias, demasiado mundanas, demasiado humildes para estar llenas de gracia?
Porque Dios sigue acercársenos por lo ordinario.  Ezequiel lo supo cuando se lo contrata de profeta: que si la gente escucha o no, dios sigue enviando a humanos monótonos como él (que conocía bastante insultos, dificultades y persecuciones).  Lo sabemos más fuertemente en Jesús Cristo, que dios se nos presenta en un humano común.  Lo recordamos en la eucaristía, donde Dios se nos presenta en un pueblo juntado en adoración y pan y vino ofrecidos en amor: que la naturaleza es asumida por Dios para reunir la tierra con los cielos.

En su carta encíclica reciente, el Pape Francisco nos invita de aprender del San Francisco una alerta a la presencia de dios en lo ordinario.  Nos recuerda que San Francisco, “cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños de animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas.”  La alternativa es el camino de los Nazarenos que le desestimaron a Jesús por demasiado ordinario.  Habían perdido apertura al estupor y a la maravilla.  Si la perdiéramos nosotros, nos volveríamos dominadores, consumidores, explotadores de recursos, incapaz de poner un límite a nuestros intereses inmediatos.  Este es lo que dice el Papa es la causa verdad de la degradación del medio ambiente: falta de apertura al estupor y a la maravilla en el encuentro con la naturaleza.  Les costó a los Nazarenos un encuentro maravillosamente bendecido con Cristo.  Puede costarnos a nosotros lo mismo, y también la salud de nuestro planeta.

Pero Cristo cura.  Cristo nos devuelve a la apertura al estupor y a la maravilla.  Falta de fe no puede frustrar el poder y la voluntad de Cristo para curar.  Si renunciamos nuestra pretensión de fortaleza, nuestro orgullo en nuestros logros, y nos maravillaremos a la grandeza de Dios que nos rodea, podemos ver estos agujeros, nuestras heridas, por las que Dios está listo para llenarnos con la vida de la resurrección. 




No comments:

Post a Comment